Lo
sagrado es un principio que posibilita a una sociedad humana a conceptuar en
una separación espiritual, vital e íntima, entre los diferentes factores que lo
disponen, lo precisan y lo significan, es decir, hechos, pensamientos,
elementos, valores, manifestaciones, entre otros. Así por ejemplo, en la
religión mesoamericana lo sagrado denotó todo lo que se vinculaba a lo más
trascendental de su culto. Eliade (1998:26) nos dice al respecto que lo sagrado
es lo verdadero por excelencia, y a
la vez fuerza, energía, eficiencia, manantial de existencia y de fecundidad. El
anhelo del hombre religioso de existir en lo sagrado equivale, de hecho, a su
deseo de ubicarse en la realidad objetiva, de no permitirse inmovilizar por la
realidad sin fin de las experiencias puramente subjetivas, de vivir en un
universo real y activo y no en una ficción. Tal proceder se comprueba en todos
los planos de su existencia, pero se manifiesta sobre todo en el afán del ser
humano religioso de trasladarse en un mundo santificado, es decir, en un
espacio sagrado. Si se desea precisar y especificar lo sagrado, es elemental
disponer de una cantidad adecuada de “sacralidades”, es decir de hechos
sagrados. Se trata de símbolos, de mitos, de rituales, de cosmologías, de
cosmogonías, de lugares sagrados, de objetos sagrados y venerados, de formas
divinas, de seres humanos consagrados, de animales y de plantas. En este
sentido, Eliade (2007: 52-53) afirma que lo sacro es específicamente distinto a lo profano.
Puede sin embargo expresarse de cualquier manera y en cualquier espacio en el
mundo profano, pues tiene la posibilidad de modificar todo objeto cósmico en
paradoja por intermedio de la hierofanía[1] (en el
sentido de que el objeto deja de ser el mismo en cuanto objeto cósmico, aunque continuando
en aspecto alterado). Esta dialéctica de lo sagrado es valedera para todas las
religiones y no solamente para las pretendidas “configuraciones primitivas”.
Por
su parte, Rudolf Otto (cf.1980: cap.
2) define lo sagrado como aquello que es numinoso[2],
experiencia del misterio tremendo y fascinante, donde lo misterioso se analiza
como un componente racional e irracional (experiencias, emociones,
sentimientos, vivencias). La esencia de la consciencia religiosa es el temor
reverencial ante aquello que espanta (tremendo) y atrae casi irresistiblemente
(fascinante). El misterio tremendo está fuera de los límites de nuestra
capacidad de comprensión, ya que es lo extraño, lo distinto a lo demás y que no
se parece a algo que conocemos. Lo tremendo está lleno de poder e implica un
paréntesis en nuestra cotidianidad, en cambio, lo fascinante es salvífico y
liberador en términos existenciales.
Por
otro lado, en ese mundo de lo sagrado lo opuesto sería lo profano y es preciso
explicar que entendemos por ello. Lo profano se ha definido como todo aquello
que no tiene vínculo con las cosas sagradas, es decir, lo mundano o meramente
humano. Ejemplo sería lo que no es santo, lo que esta fuera de un templo
religioso o bien algo ordinario o común. La oposición sagrado-profano se
interpreta con frecuencia como una oposición entre real e irreal o pseudorreal.
Cualquiera que sea el nivel de desacralización del mundo al que haya llegado,
el hombre que elija por una existencia profana no alcanza abolir del todo la
conducta religiosa. Tendríamos que ver que incluso la vida más desacralizada
continúa manteniendo huellas de una valoración religiosa del cosmos (Eliade
(1998: 16, 22 y 23).
[1] En el siguiente apartado se comenta detalladamente lo que se
entiende por hierofanía.
[2] Rudolf Otto empleó la palabra “numen” para explicar al ser sagrado
supremo a quien todas las religiones tienden a pretender conocer, y el que creó
el primer sentimiento religioso por medio de manifestaciones religiosas o
hierofanías.
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