lunes, 24 de marzo de 2014

El Hecho Religioso y las Hierofanías.


En la época de la revolución neolítica (ca.6,000aC.) los núcleos humanos cazadores-recolectores y nómadas sedentarios, presentaron en su devenir histórico costumbres diferentes a las establecidas en una actividad cotidiana, la cual estuvo integrada en conjunto con otros dispositivos mágicos y animista, que componían diversos factores de lo que hoy definimos como hecho religioso. En este contexto, De la Garza (1984: 14) comenta que el sentido de los hechos religiosos a nivel general, del mundo de sentidos que manifiestan los modelos míticos y rituales de distintos períodos históricos y espacios culturales, admite, sin duda, a través de correlaciones, una comprensión más profunda del fenómeno que se analiza, siempre y cuando éste no sea alejado de su propia realidad. Así por ejemplo, la manera de caracterizar lo sagrado dio lugar al politeísmo, es decir, a la existencia de múltiples dioses o divinidades organizadas a través de una jerarquía.
El hecho religioso se da en todas las sociedades, en cualquier grupo organizado y en cualquier latitud; es una parte de la historia humana. Su esencia es la relación, oposición y la ambivalencia entre lo sagrado y lo profano. El hecho religioso es un suceso fenoménico y habla de las creencias religiosas de un pueblo, de las expresiones que han dejado los seres humanos religiosos a partir de su experiencia de lo sagrado. Ejemplos de un hecho religioso son: el rito, el mito, el símbolo, entre otros, aspectos que enriquecieron la vida religiosa en diversas áreas de Mesoamérica.
Por otra parte, Eliade (2007: 37) menciona que toda forma religiosa o experiencia sagrada en su modo específico es una hierofanía, es decir, objeto o ser a través del cual se manifiesta lo sagrado. La experiencia de lo sagrado toma constantemente el modo de una revelación, de una epifanía. De esta forma, un objeto se transforma en sagrado, en cuanto integra o revela una esencia diferente a la de él mismo. Una hierofanía supone una selección, una transparente separación del objeto hierofánico con respecto al resto que lo envuelve. Este resto existe constantemente, incluso cuando es un área enorme la que se hace hierofánica: por ejemplo, el cielo, o el grupo del paisaje familiar, o la “tierra natal”. El alejamiento del objeto hierofánico se realiza, en todo caso, cuando menos respecto de sí mismo, pues sólo se transforma en hierofanía en el instante en que ha dejado de ser un simple objeto profano, en que ha alcanzado una nueva “dimensión”: la de lo sagrado. En este sentido se puede decir que hay diversas formas de hierofanías, así por ejemplo se encuentran: las uranias o acuáticas (el cielo, el agua en todas sus representaciones, etc.), las biológicas (los ritmos lunares, el sol, la vegetación, la agricultura, la sexualidad, etc.), las tópicas (lugares consagrados, templos, etc.) y finalmente, los símbolos, los mitos y los rituales. Para que se presente una hierofanía tiene que haber tensiones: de lo sagrado y de lo profano, del ser y no ser, de lo absoluto y de lo relativo, de lo eterno y del devenir (cf.Eliade, 2007). Debemos habituarnos a aceptar las hierofanías en cualquier sitio, en cualquier parte de la existencia fisiológica, económica, espiritual o cultural. En resumen, no sabemos si existe algo –cosa, expresión, función fisiológica, ser o juego, etc.- que no haya sido alguna vez, en alguna parte, en la marcha de la historia del ser humano, transfigurado en hierofanía. Es indudable que todo lo que la humanidad ha empleado, sentido, hallado o amado, ha podido transformarse en hierofanía (Eliade, 2007: 35). Pasando al mundo mesoamericano, esa realidad suprema estuvo en acontecimientos y fenómenos relativos al “gobernante-sacerdote”, la fecundidad, el cielo, la tierra, los astros, los fenómenos naturales como la lluvia y los relámpagos, por mencionar algunos ejemplos. Una civilización como El Tajín tuvo sus propias hierofanías tomadas del cielo, sus edificaciones, los individuos, el medio y la agricultura, así como otras variantes.

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